sábado, 27 abril 2024

EDITORIAL_Yo confío, tú confías, él confía…

No hay duda de que el título de esta columna debe ser de lo menos sexy que se haya escrito. Pero acá vamos.

La desconfianza es una de las características de estos tiempos. La última encuesta CEP nos ofreció pistas claras sobre la falta de confianza que los chilenos tenemos en el gobierno. No confiamos en la figura presidencial, no confiamos en instituciones como las Fuerzas Armadas, Carabineros, el Poder Judicial. Tampoco confiamos en la Iglesia y tampoco en sus personeros, no confiamos en los medios de comunicación y mucho menos en los empresarios.

Detrás de toda esta debacle de confianzas, se esconde un gran contrasentido: a la vez que la confianza en el gobierno se desploma, la credulidad frente a ciertos mensajes que vemos o leemos por las distintas las redes sociales es elevadísima. Voilà, la paradoja de la confianza. Desconfiamos de la institucionalidad o de un sistema, pero confiamos en lo que nos digan o muestren por Facebook, Twitter o WhatsApp. Es más, si el mensaje está alineado con nuestro sentir del día, sin pensarlo mucho, somos capaces hasta de reenviarlo a nuestro grupo de contactos que piensan como nosotros.

¿A qué viene todo esto? Un ejemplo revelador, es una anécdota que le sucedió a la escribe. Una imagen tomada con mi teléfono con ánimo liviano de día domingo en La Vega Central, publicada en Facebook titulada lúdicamente como ‘Aquí en mi nuevo emprendimiento’ me mostraba  a la entrada del local  ‘Dónde la Colocolina’, local de comidas del mercado de la comuna de Recoleta, lugar que no pudo dejar de ser retratado pues, la que suscribe se ha reconocido abiertamente como hincha de aquel equipo de fútbol nacional.

Hasta ahí todo normal. Lo peculiar de la instantánea es que el tono gracioso de la imagen no fue percibido por amigos, familiares y contactos de su red social, quienes de inmediato comenzaron a desearle éxito y suerte en su ‘nuevo emprendimiento’, ignorando por completo que se trataba de una broma casi infantil para amenizar el día. La imagen fue una verdad incuestionable.

Me parece estupendo y no saben cuánto agradezco las muestras de apoyo mostrado. Imagino que empezar un nuevo negocio es una de las cosas más duras que nos podemos encontrar en la vida. Conlleva mucho esfuerzo, trabajo y sacrificio durante mucho tiempo para intentar que todo vaya bien. Pero que no hayan descubierto que la fotografía compartida públicamente se trataba de una bufonada, me provoca asombro e intranquilidad en partes iguales. Asombro porque me cuesta creer que la imagen – que nació como una monería – venza la declinación de las confianzas y la barrera del escepticismo con la que intentamos protegemos de las mentiras y manipulaciones tan comunes y cotidianas, e intranquilidad pues si no creemos en el gobierno ni en los expertos, por qué sí creemos en mensajes que anónimos o no llegan por Facebook, Twitter, WhatsApp u otra plataforma.

¿Quién no ha enviado mensajes electrónicos con información que luego descubrimos que es una broma? La paradoja de la confianza existe. En contraste con el juicio lapidario sobre las instituciones, las personas acudimos con normal entusiasmo a mensajes cándidos que nos llegan. Internet facilita que esto ocurra, pero hay que tener cuidado.

¿Qué hacer? Seguramente aparecerán tecnologías que facilitarán la detección de estas inocentadas, así como leyes y normas que reduzcan la impunidad de quiénes lanzan ataques vía redes sociales o para los farsantes; empleados de los intereses que se benefician de sembrar dudas a través de la creación de noticias falsas o fake news.

Por el momento, el antídoto más potente son ciudadanos curiosos activos, bien informados que no se dejan enceguecer por imágenes o mensajes que circulan por Internet y que son tratadas como verdades incuestionables. Vale la pena, ¿verdad?

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Periodista, magíster en Antropología y Desarrollo, diplomada en estudios de crítica de cine y edición de textos. En el ámbito profesional, ha desarrollado por más de siete años la docencia universitaria en temas de comunicación oral y escrita. Curiosa intelectualmente, interesada en el acontecer sociopolítico del país y del mundo. Mujer, madre, compañera y opinante. Verónica ( Santiago, 1975) se incorpora a Dystopia porque cree fervientemente en el debate y en abrir espacios de diálogo entre los ciudadanos.

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