viernes, 29 marzo 2024

Sobre la ciudad del Sur y la educación conductual

“El científico quiere estudiar la lluvia y sale con un paraguas”. 

Citado desde «Para leer al pato Donald».

Ariel Dorfman y Armand Mattelart. 1972, Ed. Universitaria de Valparaíso-Chile

 

En la actualidad hay una tendencia de la arquitectura y el urbanismo que intenta dedicarse a proporcionar contenedores de espacio para necesidades un tanto efímeras. Estas necesidades las definen por supuesto, quienes las diseñan o mandan a diseñar. La poca reflexión sobre este mecanismo y los derivados de este, nos va obligando progresivamente, a subordinar las necesidades verdaderas frente a la pretensión.

La reciente crisis pandémica ha evidenciado que los problemas en nuestro contexto Latinoamericano van hilados; frente a la disminuida capacidad de los sistemas de salud por la carencia de inversión en la salud pública, tampoco se pudo apoyar un resguardo doméstico eficiente por la carencia de inversión en la protección social (renta de desempleo, etc) sin tomar en cuenta las condiciones del espacio privado por la carencia de inversión en vivienda digna y por la carencia de inversión en la distribución equitativa de servicios básicos. En este momento resaltan de forma incómoda las otras costosas infraestructuras que nos vendieron como imprescindibles para alcanzar el desarrollo.

¿No será que se ha perdido el horizonte de lo que realmente necesitamos en función de lo que deseamos?, o mejor dicho, ¿Hemos invertido en pretensiones  en lugar de soluciones ?.

Parece que en nuestras ciudades y hogares nos encontramos delegando nuestras necesidades más urgentes tanto en lo individual como en lo colectivo a especialistas y expertos del diseño, pero que también son especialistas del mercadeo y del (mega) ´branding´, quienes las definen casi de memoria y mecánicamente, quienes las materializan luego, en los mencionados contenedores y productos, que probablemente no se necesitan, pero que se desean. Los “elefantes blancos” son un problema sistémico de América Latina.

Entendemos, sin embargo, que esta tarea de identificar, traducir y materializar nuestras necesidades y problemas del espacio urbano es compleja y nada fácil. Sin embargo, el público en general y los encargados y verdaderos responsables de esta tarea, como la autoridad pública, también caen presa de este mecanismo; hemos pasado del control del tecnócrata al deseo del publicista, pasando por alto los problemas y necesidades públicas.

Ésta latente carencia, de no conocer nuestros problemas, ha convertido a la mayoría de nuestras ciudades, en esquemas intocables que se reproducen automáticamente, sin permitirnos cuestionar su verdadero comportamiento específico, la problemática de sus necesidades y prioridades. Nuestros espacios han sufrido una estandarización espeluznante que evidencia la desconexión del análisis crítico con la práctica del especialista. Esta cómoda situación del ejercicio profesional de la arquitectura y el urbanismo en nuestro medio, aceptada comúnmente, es por un lado la responsable del rápido deterioro de las nuevas intervenciones y desarrollos, y finalmente de nuestros espacios cotidianos. Por otro lado, no dejo de pensar que también esta tendencia ha resultado en una forma subliminal y controladora de querer educar a partir de la Arquitectura, algo así como: “Si el mercado moderno que hemos construido está deteriorado, es porque la población no sabe utilizarlo.”

Por lo tanto, el siguiente mensaje es: “Nuestro modelo no es lo que ha fallado, lo que ha fallado es la gente.” Existe entonces una agenda más o menos dogmática de cómo debe lucir la arquitectura, el espacio urbano, cómo deben ser nuestras vidas y cómo deben ser nuestras ciudades fundamentada en un paradigma hermético imaginado, que no admite alternativas.

 

Esta carencia de alternativas, convierte a los proyectos de desarrollo de nuestro entorno urbano, en un conjunto lugares y arquitecturas apersonales, y a su vez esta mala práctica ha generado un escenario para el surgimiento de propuestas marginales quizás más interesantes, desde una periferia disciplinar. El dogma en la praxis de la arquitectura y el urbanismo sigue funcionando como una especie de máquina burócrata, que responde únicamente a una aspiración visual del desarrollo, pero que poco tienen que ver con la vida y los problemas cotidianos de quien habita en estos espacios.

La burocratización de la arquitectura y el urbanismo ha pasado de “confía en la tecnocracia para solucionar los problemas” hacia “consume nuestra tecnocracia importada donde el problema eres tú.”

El nacimiento del pensamiento tecnócrata fue desarrollado, durante el movimiento moderno (principios del siglo XX), tanto en la arquitectura como en el urbanismo, (pero también es legible en otros campos, por ejemplo en la psicología; la corriente del conductismo o denominada por los mismos promovedores de esta línea como: ingeniería del comportamiento), basados en una racionalidad soberbia para acercarse al paradigma de lo científico, e implementado bajo la idea de progreso, e impartido orgullosamente por las nuevas ciencias y ejerciéndolo hasta el cansancio.

 Al parecer la posmodernidad, que cuestiona mirar los sistemas en curso a partir de un solo lente, en la arquitectura (Roberto Venturi “Complejidad y contradicción en la arquitectura” 1966, Charles Jencks «El lenguaje de la arquitectura posmoderna” 1977) y el humanismo en la psicología (Abraham Maslow, y su planteamiento sobre la tercera fuerza de la década de los sesenta), no lograron superar a los modelos establecidos en nuestro particular contexto, por lo menos en la práctica.

Lo cierto es que hay una vuelta hacia el autoritarismo proyectual; modelos urbanos, arquitectónicos y conductistas similares, quizás más sutiles, a los del movimiento moderno, pero ejecutados con la misma brutalidad. Como rastro de ello, y como mejor ejemplo gráfico y empírico tenemos a la ciudad Latinoamericana, en donde, en cada rincón suyo, el espacio es utilizado en una diversidad de formas y expresiones, exceptuando quizás la función para la cual ha sido concebida. Esta de-funcionalización de los espacios convierten a nuestra ciudad en un blanco fácil para blandir críticas de quienes confían incuestionablemente en este mecanismo tecnócrata desconectado, quienes normalmente a nombre del “progreso”, recurren al principio de la mano dura como solución para que las cosas “funcionen”.

Producto de esta agresiva y errónea concepción de la arquitectura y del urbanismo, es que la planificación urbana se ha convertido en un instrumento para ejercer una especie de control basada en una educación conductual, lo cual significa que las propiedades de un determinado espacio, nos indican rigurosamente como debemos comportarnos en él.  El conductismo sigue siendo practicado en nuestro medio en un desacierto tal en donde se prefiere la negación de servicios públicos antes que el funcionamiento de cooperativas de auto-gestión. El pensamiento burócrata-tecnócrata extensamente criticado en la literatura desde las teorías de la posmodernidad, sigue vigente en la mente de muchas instituciones públicas, en donde las nuevas tecnologías y conocimientos se utilizan en función de control en lugar de planificación.

Esta educación funcional conductual heredada del movimiento moderno, que con una atractiva formalidad y peligrosa sed de perfección, intentó educar al ciudadano sobre cómo debe vivir, se ejerce de manera abrumadora sobre la población.

A pesar de las herramientas antropometristas del modulor, creado por Le Corbusier y los principios desarrollados durante el movimiento moderno, hay que recordar la brutalidad que conlleva guiarse por la extrema racionalidad, y los nuevos modelos ésta ha traído.

La Arquitectura, en gran medida, ha sido también ha sido responsable de zonificar (Carta de Atenas 1941), educar y sistematizar las necesidades humanas, quienes en muchos casos han desarrollado, de forma natural, una relación de rebeldía frente a estos modelos, y a los sistemas de poder que las gobiernan. La mayoría de los tecnócratas que creen en el progreso, sienten simpatía o acuerdo por esta forma de controlar las ciudades, y esto se ha acentuado con la actual crisis causada por la pandemia. Esperemos que esto no se traduzca en una vuelta hacia la Arquitectura y el Urbanismo duro.

Percibo, además, que hay una significativa población que apoya una vuelta a esta posición, los que no se cuestionan sobre la dudosa posición del experto, aquellos que aún viven con la idea de progreso unidireccional y ven por conveniente desacreditar cínicamente nuestro contexto urbano, sus habitantes y su complejidad. Y que creen, a toda costa en este sistema de educación conductual, pero reniegan, no del sistema, sino porque lo ven fracasar con frecuencia en la construcción dogmática de la ciudad.

Otros pocos ven el potencial social y comunitario que muestran sus habitantes, los que ven cierta belleza dentro el “caos” de la ciudad subversiva y en sus indomables gestos y patrones, sin entender de modelos, estilos, corrientes, saben mantener la magia de estos extraños accidentes. Personas que echan a perder estos modelos, que desbaratan lo establecido por normas, que reinterpretan la ciudad y convierten fisuras de cerros en jerárquicos ingresos, pendientes en miradores laberínticos, barrios en comunidades, canchas, mercados y plazas en espacios cívicos, calles en espacios políticos de reflexión, lugares simbólicos, que se atreven a desafiar a las máquinas burócratas y que silenciosamente refutan las teorías que especulan sobre nosotros.

 

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Recolector de espacios urbanos interesado por develar tanto la esencia y el misterio de las ciudades como sus simulaciones y poses. Nacido en el Norte, formado y moldeado en el valle Andino de Chuquiago, se aleja progresivamente de las respuestas de catálogo ofrecidas dentro del campo de su formación en Arquitectura y Urbanismo en la búsqueda por retomar la agenda colectiva y de-privatizante del espacio y sus recursos. Su colección contempla ensayos, fotografías, videos, mapas, visiones e interpretaciones críticas de los asentamientos que tanto (des)estima.

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