martes, 19 marzo 2024

HOBO, Primera Parte

«Nómada fui cuando de pequeña soñaba contemplando las carreteras; nómada seguiré siendo toda mi vida, enamorada de los cambiantes horizontes, de las lejanías aún inexploradas, porque todo viaje, incluso en las regiones más frecuentadas y más conocidas, es una exploración».

Isabelle Eberhardt.

 

Por esos días conocí sin querer a un ser singular, un extraño que me enseñó muchas cosas. Para mí al principio fue solo un tipo con el que coincides y te encuentras en la calle, pero al final me di cuenta de que era una rara especie de sabio. La fortuita señal del azar me hizo conocerlo una mañana gris de ese día eterno, pero que como si de una extraña cátedra se tratara, ese día me llevó con él.

Lo que voy a contar aquí, es acerca de unos días bastante raros que viví o vivimos debería decir. De esos días en que cada una de nuestras células se preguntan hacia dónde ir, confundidas ante el espectáculo lento pero constante del descubrir cómo nuestras propias creaciones humanas se nos vuelven en contra. En efecto, las ciudades hoy nos denostan y nos desprecian, me dijo con pena, no son ni mucho menos el paraíso soñado para casi nadie. Hoy somos fantasmas movidos por extraños mecanismos sin rumbo, ánimas tratando de ser lo que no somos y mantener el tipo en ellas hasta el final, me dijo.

Continuó diciendo: “… pero esta mueca forzada ya cada vez nos resulta menos natural y nos habla de algo terrorífico, de un gran y profundo error. Vivimos creyendo que podemos poner límite y darle forma al espíritu de un ser humano y eso es matarlo de la peor manera, aplanando su pensamiento así como transformando su espacio vital en espacios pavimentados es un atentado irreparable a algo tan delicado como es aquella mágica joya que cada uno trae al nacer, nuestro suspiro vital no posee una forma rígida ni definitiva, es como la proyección de nuestra propia alma. Es obvio que hace tiempo que caminamos en la dirección equivocada”.

Al otro día se fue de nuevo y ya sin dejar rastro. Era un caminante, un vagabundo, recorrer las calles era lo suyo y para eso esta enorme ciudad al parecer no le resultaba hostil ni pesada para nada, ni esta ni ninguna, al contrario, las sendas y parques eran su segunda piel y como al caminar por ella parecía ir disfrutándola como nadie, era como que le invitaba a atravesarla libremente una y otra vez sin límite ni dirección. La ciudad era su lugar, sin duda que era un animal que trashumaba la ciudad con plena libertad. En mi impresión, no necesitaba ni dinero para vivir en ella, ni mucho menos. La ciudad era su herramienta de vida, la tomaba como si de un órgano o prolongación de su cuerpo se tratara, la sinergia entre esa cantidad de espacio humano, gente, veredas, calles mojadas y lugares oscuros parecía para él extrañamente perfecta. Quise indagar en sus hábitos, aunque confieso más me interesaba su percepción de la vida y de todo lo que hoy aceptamos como certeza y sin duda saber de ese gustoso desprecio por “lo normal” que veía en él. Conocer también su percepción de la ciudad que compartíamos. Ahora si su historia permite develar en algo el carácter de esos misterios preciosos que las ciudades guardan y las sorpresas que algunas de sus gentes nos deparan, el tiempo lo dirá.

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Andariego y escritor, amante de los trenes, futbolista amateur. Su vocación por las letras y su amor por los viajes a ninguna parte le han hecho explorar territorios cada vez mas lejanos. Un romántico en toda regla. Sus escritos nos hablan de lo social y nos envuelven en torno a paisajes interiores de nostalgia y ensoñación. Su búsqueda constante de este oficio del ser, le hace hilvanar puentes entre estos territorios urbanos a veces hostiles que moldean a golpe de cincel las vidas de las personas de a pie.

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