viernes, 19 abril 2024

OXIMORON LA RECTA-CURVA

Mundo natural-artificial

Habitualmente, los amantes de la arquitectura no suelen elegir los barrios modernos de nuestras ciudades para pasearse durante sus tiempos de ocio. Prefieren visitar pueblos con carácter, barrios históricos de las urbes, edificios de arquitectos relevantes tales como Horta, Gaudí, Calatrava, en los cuales puedan admirar las mejores realizaciones de su creatividad… Lo antiguo atrae, con sus callejuelas sinuosas cargadas de vivencias humanas, así como, en general todas las obras construidas de modo artístico, conforme a las leyes particulares de la vida, aquellas que observamos en el mundo orgánico, animal o vegetal.

Plano de Carcassone en siglo XIII. http://timerime.com/es/periodos/2173725/Baja+Edad+Media/

En nuestros días, no solemos darnos cuenta hasta qué punto nuestras ciudades hubieran disgustado a nuestros antepasados acostumbrados a vivir en entornos significativos, rebozados de sentido, de sabiduría, aunque sólo sea de modo modesto, callado, oculto. Pues ya no nos sorprende ver la monstruosidad de nuestras vías públicas repletas de coches, donde, hace poco más de un siglo, en lugar de máquinas, sólo andaban personas, caballos, animales y a veces, hasta rebaños recorriéndolas en casi libertad.

Ahora bien, crecer en un mundo de artilugios mecánicos no es indiferente, por la influencia que ejerce sobre nuestro siquismo y particularmente sobre el desarrollo del alma de los niños, porque, de la realidad sólo captamos, conscientemente, la apariencia, la espuma de los fenómenos, mientras, inconscientemente, aprehendemos mucho más de lo que podamos describir. Solemos olvidar que un ser vivo tiene una densidad insondable de la cual carece, por ejemplo, un automóvil: lo creado hunde sus raíces en el infinito cósmico, mientras lo fabricado sólo refleja lo planificado previamente en una mente humana.

Las creaciones brotan de las pasiones, de los deseos[1], de los sentimientos y, por ello, las ideas que encierran gozan de una profundidad misteriosa cuyo conocimiento es siempre un desvelamiento. Sin remontar muy lejos en el pasado, los artistas ya lo sabían cuando buscaban su inspiración en la  contemplación de la naturaleza. En cambio, ¿qué poesía, qué obra musical, qué belleza pueden brotar del estruendo de nuestras ciudades, del ruido de sus motores, de la vista de construcciones cuya principal finalidad es el funcionalismo, de trazados urbanos cuadriculados como meros diagramas cartesianos?

Ensayos de tramas ortogonales realizados por Ildefonso Cerdá Suñer. 1860. Barcelona.

Los edificios de los barrios modernos han sido planificados por la razón, según cálculos precisos, donde todo debe encuadrar, donde no caben lo imprevisto ni la improvisación. Los números deben encajar, y aquí la racionalidad del ángulo recto es siempre más cómoda que la irracionalidad de lo curvo, en la cual el infinito aflora al mundo sensible, como lo podemos contemplar, por ejemplo, en las proporciones entre el radio y la circunferencia de un círculo.

Dialéctica y oximorón entre la recta y la curva

Existe una sola forma recta frente a una infinidad de formas curvas. De ahí que la podemos considerar como imagen del mundo del Principio, de la Perfección divina apuntando al Ser inmutable. La recta expresa la energía voluntaria y consciente manifestada sin resistencia, el caminar más corto y directo hacia una meta que, en las mejores condiciones, debería ser siempre un Ideal. Representa la razón, la Verdad luminosa que irradia hacia los confines del espacio exterior, así como el rigor de la disciplina vertebradora de los seres en dirección de su norte interior.

Sin embargo se vuelve problemática cuando la delimitamos y truncamos, es decir cuando identificamos el Ideal que perseguimos con objetivos concretos de nuestra consciencia y de nuestra voluntad, o sea cuando convertimos la recta en autoritarismo de la ley inflexible, en imposición de su letra muerta y rígida.

Por su parte las formas curvas corresponden al mundo de la Manifestación: de hecho, en la naturaleza, sólo encontramos curvas pues, en el mundo real, la recta perfectamente rectilínea e infinita no existe, es una abstracción. Sin curvas no habría mundo sensible: las formas encorvadas hacen perceptibles los objetos y los seres vivos, proporcionándoles sus cualidades, su significado, mediante la información que los conforma. Las formas son ideas sensibles.

Casa Aubecq. Cúpula sobre la escalera. Victor Horta. Bruselas 1900.

La unidad impasible de la recta se opone a la dualidad oscilante de la ondulación. La curva expresa cambio incesante de dirección espacial, dentro de la continuidad del tiempo; es mundo de la imperfección de la Manifestación frente a la Perfección absoluta de lo Increado; es mundo inacabado del Devenir de las criaturas y de las cosas, frente a la inmutabilidad de la cúspide del Ser; es mundo que vivenciamos dentro de la duración, emocionalmente, intuitivamente, pero que nunca podemos realmente pensar con nuestra inteligencia racional[2], puesto que ésta sólo concibe la realidad de modo discontinuo.

La forma curva que mejor representa la perfección divina es el círculo. Sin embargo los problemas surgen cuando identificamos el Ideal, que por definición mora fuera de nuestro alcance humano, con el contorno finito de cualquier forma cerrada. Porque entonces renunciamos ipso facto a toda transcendencia, a todo conocimiento racional de la Verdad, para caer en el mundo inconsciente de la naturaleza, para hundirnos en la ignorancia oscura del mundo material. Es cuando reificamos las ideas, identificándolas con la descripción de cosas. Necesitamos entonces de nuevo de la energía rectilínea para despertarnos de nuestro sueño, para rescatar las formas de su letargo, dándoles movimiento, reinsertándolas en la corriente universal de donde proceden.

La recta y la curva dialogan sin cesar dentro de la Creación, la primera enderezando la curva, la segunda encorvando la recta, pero, como decía Nicolás de Cusa, la dialéctica entre ambas les lleva a converger, al infinito, en el oxímoron siguiente: el círculo infinito es una recta y la recta infinita es un círculo.

El mal aparece cuando detenemos ese movimiento dialéctico, cuando nos cerramos a la superación de toda dualidad en una unidad trascendental, al oxímoron noético, equivalente a la Aufhebung de Georg Friedrich Hegel. Y podemos renunciar a ello de dos modos posibles:

1º .- Quedándonos presos del mundo artificial de las rectas recortadas, de los ángulos, de orden intelectual y mecanizado, mundo sólo regido por razones y voluntades parciales que, aunque siendo agrupadas, siguen conservando su carácter fundamentalmente discontinuo y su incapacidad de conciliar entre sí cualquier diferencias, cualquier pareja de opuestos. La consecuencia de tal actitud es absolutizar la expresión relativa de la Verdad dentro de su formulación racional fragmentaria, con el peligro de caer en todo tipo de fanatismo, de sectarismo intolerante.

2º.-  Encadenándonos al mundo de las curvas cerradas, correspondiente al mundo del determinismo natural, de la materia inconsciente, de los instintos animales carentes del anhelo a la libertad del Espíritu, del amor ferviente a los Ideales que dignifican al ser humano. La consecuencia de tal actitud es absolutizar la expresión relativa del Ser dentro de su formulación natural, de su manifestación sensible aislada, con el peligro de caer en las distintas formas de idolatría tales como, por ejemplo, el materialismo positivista.

Nunca el mundo natural del devenir debe dejar de oscilar deteniéndose en formas fijas; para ello debe estar siempre activado por la fuerza voluntaria de la rectitud interior en busca del Espíritu, llena de amor devocional a lo divino, y cuyo vigor debe ser lo suficientemente potente, como para enderezar todo aflojamiento, tensar el ser humano hacia el infinito, hacia su meta transcendente, en lo eterno.

[1] Etimológicamente “Deseo” proviene del latín desiderare « lamentar la ausencia de alguien o de algo ». derivado de sidus, sideris “constelación, estrella, mundo sideral”: desear es aspirar a reunirse con el mundo de las estrellas.

[2] Sólo podemos pensar el devenir de la naturaleza (es decir de “aquello que nace en cada momento”) mediante el pensar vivo (que no mecánico), es decir mediante la intuición eidética, la capacidad de aprehensión directa de las ideas, la noesis de Platón.

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Lector furioso, curioso eterno, ciclista y nadador impenitente. Habitante del barrio de la Magdalena en Zaragoza, desde hace más de 20 años. Testigo privilegiado del Mayo del 68 en París y de muchos otros sucesos que cambiaron la historia universal. De nacionalidad franco-belga, es desde el Curso 1989/90, profesor de violín en el Conservatorio Profesional público de Música de Zaragoza, España.

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